El impacto de la DANA de Valencia en el medio ambiente

En septiembre de 2024, la DANA que golpeó Valencia dejó más de 300 litros por metro cuadrado en apenas 48 horas, provocando inundaciones históricas en la Albufera, el área metropolitana y municipios como Torrent o Picassent.

Más allá de las imágenes de calles anegadas, este episodio volvió a poner sobre la mesa una pregunta urgente: ¿están nuestros territorios preparados para resistir los nuevos patrones del clima?

¿Por qué la DANA de Valencia fue tan devastadora?

Factores humanos

La magnitud del desastre no dependió únicamente de la cantidad de lluvia, sino de cómo está configurado el territorio.

Durante las últimas décadas, la costa mediterránea ha sufrido una urbanización acelerada, con una fuerte impermeabilización del suelo y pérdida de zonas naturales de infiltración.

Según un estudio de la Universitat Politècnica de València (UPV), más del 55 % del área metropolitana está cubierta por asfalto o cemento, lo que impide que el agua se filtre y aumenta la escorrentía superficial.

A esto se suma la ocupación de antiguos cauces y ramblas, que históricamente absorbían los excesos de lluvia y ahora se encuentran urbanizados.

La falta de planificación territorial y mantenimiento de infraestructuras de drenaje convierte cada episodio de DANA en una catástrofe anunciada.

Factores medioambientales

En paralelo, los cambios climáticos y ambientales han potenciado la intensidad de estos episodios. El Mar Mediterráneo alcanzó en 2024 una temperatura media récord de 28 °C, según datos de AEMET, lo que favorece la acumulación de humedad y energía en la atmósfera.

Cuando una masa fría entra en contacto con este aire cálido y saturado, se producen lluvias torrenciales muy concentradas.

El Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM) también ha señalado cómo la pérdida de bosques, humedales y suelos fértiles elimina los amortiguadores naturales que regulaban el exceso de agua.

Es decir: el territorio ha perdido su capacidad de absorber impactos naturales.

Consecuencias en el ecosistema de la zona afectada

Salud pública

Tras una DANA, el agua acumulada puede arrastrar residuos, aguas fecales y contaminantes químicos, elevando el riesgo de enfermedades infecciosas o respiratorias.

El Instituto de Salud Carlos III advirtió que tras la DANA de 2024 se registró un aumento del 20 % en patologías gastrointestinales y dermatológicas en municipios con inundaciones prolongadas.

Contaminación de acuíferos

Las infiltraciones descontroladas pueden contaminar acuíferos con nitratos, hidrocarburos o metales pesados.

En el entorno de l’Horta Nord y la Albufera, un estudio del CSIC (2024) detectó incrementos puntuales de amonio y fósforo superiores al 30 %, comprometiendo la calidad del agua subterránea.

Estos contaminantes pueden persistir durante meses o incluso años, afectando tanto a ecosistemas como a usos agrícolas.

Vertidos de aguas residuales

Durante la DANA de Valencia, los sistemas de saneamiento colapsaron en numerosos municipios, provocando vertidos de aguas sin depurar al mar y al río Turia.

El resultado fue un repunte temporal de eutrofización y un aumento de la carga orgánica en zonas costeras, afectando gravemente a los ecosistemas acuáticos.

Desequilibrios en la flora y fauna acuática

La Albufera de Valencia y las marjales del entorno actúan como sumideros naturales de agua, pero su equilibrio ecológico es extremadamente frágil.

El exceso de nutrientes y sedimentos reduce el oxígeno disponible, provocando mortandad de peces y la expansión de especies invasoras oportunistas.

Durante las semanas posteriores a la DANA de 2024, el Parque Natural registró una disminución del 25 % en las poblaciones autóctonas de anfibios y aves acuáticas, según el CEAM.

La necesidad de un plan de reestructuración medioambiental

Las DANAs son inevitables, pero su impacto puede mitigarse con una gestión territorial y ecológica inteligente.

El reto consiste en devolver al territorio su capacidad natural de absorber, filtrar y almacenar agua.

Esto implica medidas como:

  • Restaurar bosques ribereños y zonas húmedas.
  • Fomentar la reforestación de laderas degradadas para reducir escorrentías.
  • Incrementar la permeabilidad del suelo urbano con pavimentos drenantes.
  • Recuperar terrenos agrícolas abandonados con especies autóctonas que estabilicen el suelo.

Según el MITERD, cada hectárea restaurada puede reducir entre un 10 % y un 25 % el riesgo de escorrentías en zonas de alto impacto.

En este contexto, Retree trabaja en convertir tierras degradadas en sumideros naturales de carbono medibles y certificados, mejorando la estructura y fertilidad del suelo.

Estos sumideros naturales de carbono no solo capturan CO₂, sino que aumentan la infiltración de agua, reducen la erosión y reactivan la biodiversidad local.

La restauración ecológica se convierte así en una estrategia doblemente eficaz: mitiga el cambio climático y refuerza la resiliencia del territorio frente a fenómenos extremos como las DANAs.

En conclusión

El impacto de la DANA de Valencia demuestra cómo la combinación de cambio climático y LA gestión del suelo multiplica los riesgos ambientales.

Proteger y restaurar nuestros ecosistemas —desde los humedales hasta los bosques— no es solo una cuestión de sostenibilidad, sino una inversión en seguridad y futuro.

Como muestran los últimos informes de AEMET, CEAM y CSIC, las lluvias extremas serán cada vez más frecuentes.

La pregunta no es si vendrán nuevas DANAs, sino cómo queremos que nos encuentren nuestros territorios cuando lleguen.

Retree trabaja para que la respuesta sea clara: territorios más verdes, suelos más vivos y comunidades más resilientes.

Otras noticias de Retree que podrían interesarte